lunes, 24 de noviembre de 2008

Alfonso v

Nacionalidad: Portugal1438 - 1481 Rey
Hijo y sucesor de don Duarte, casó en primeras nupcias con Isabel, la hija de su tío y tutor el infante don Pedro. Sus intereses en Castilla, donde tras el fallecimiento de Enrique IV y la autoproclamación de Isabel como reina la situación era bastante complicada, le llevaron a casarse con su joven prima Juana, llamada la Beltraneja, aspirante al trono castellano apoyada por una buena parte de la nobleza. Las primeras victorias en la guerra de sucesión fueron para el bando portugués hasta que sufrió una contundente derrota en Toro a manos de las fuerzas del rey Fernando. La firma de los tratados de Alcaçovas pusieron fin al conflicto y consolidaron a Isabel como reina castellana. Alfonso V recibió el nombre de "El Africano" al patrocinar varias expediciones a África en las que se descubrieron las islas de Cabo Verde y Guinea.
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Con la ampliación realizada, obra de Rafael Moneo, se amplía el espacio del museo en más de un 50 por ciento.
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biofrafia explicada

“Muy pronto Garcilaso entra al servicio del rey y empieza su carrera como militar. En 1520 es nombrado contino de la guardia real. La corte del rey Carlos es, sobre todo entonces, un reflejo de la corte borgoñona tal como nos la pinta Huizinga en El Otoño de la Edad Media. Es el mundo de Carlos el Temerario, que tiene mucho de novela de caballerías, y que perdura a través del emperador que lleva el mismo nombre de su abuelo. Carlos siente predilección especial por la orden del Toisón de Oro o por el curioso libro caballeresco, Le chevalier délibéré de Olivier de la Marche, que tradujo el emperador y versificó Hernando de Acuña, y al que puso un epigrama laudatorio un hijo de Garcilaso.
La cultura franco-borgoñona es un mundo de símbolos en el que podemos encontrar, por ejemplo, vestidos exageradísimos, con zapatos de largas puntas, sombreros puntiagudos, mangas infladas en forma de globo y excesos de telas por todas partes. Son símbolos de una riqueza necesaria para gobernar y van ligados a las fiestas suntuosas y los banquetes y a la opulencia de la zona norte de Europa, enormemente densa en población. [...]
Cuando el rey Carlos y sus caballeros borgoñones llegan a España en 1517 ese mundo lleno se enfrenta al mundo vacío de la meseta española. Al mismo tiempo ese mundo medieval se ve obligado a juntarse y fundirse en el humanismo y las nuevas corrientes culturales en extrañas simbiosis. Emblemáticos de esa unión, a veces grotesca, son humanistas cortesanos como Álvar Gómez de Ciudad Real, que escribe para el emperador en hexámetros virgilianos nada menos que la historia del Toisón
de Oro, De militia Principis Burgundi quam uelleris aurei wocant (1519), con un poema prologal del mismísimo Erasmo. En ese libro el medievalismo del Toisón se reviste de saberes clássicos y lleva la sanción del erasmismo. Es el equivalente, a otro nivel, del retrato ecuestre del emperador Carlos que pintó Tiziano y que se encuentra en el Museo del Prado. [...] se trata de una réplica de la estatua ecuestre del emperador estoico Marco Aurelio, pero al mismo tiempo, Carlos I lleva el collar de la orden del Toisón y es el representante de una orden de caballería medieval. Humanismo y medievalismo se conjugan en esa difícil armonía en la que se iniciará políticamente Garcilaso. [...]”. En 1477, cuando contrae matrimonio María de Borgoña, la hija de Carlos el Temerario, con Maximiliano de Austria, el Condado de Flandes quedó bajo el dominio de los Habsburgo. Hacía esa misma época, los duques de Borgoña se aliaron con los reinos de Castilla y de Aragón contra Francia. Veinte años después, Margarita de Austria, hija del emperador Maximiliano, se casa con el príncipe heredero de las coronas de España, Juan de Aragón, y Felipe el Hermoso, primogénito del emperador, con la infanta Juana.
Los Países Bajos, oficialmente unidos bajo el título de ducado de Borgoña eran en realidad un conjunto de Estados muy diversos con vínculos muy laxos entre sí, aunque en general se reconocía su unidad como el “País de Aquende” (le Pays de Deçà), por oposición al “País de Allende”, o sea la Borgoña incorporada a Francia después de 1477 con capitalidad en Dijon, insistente e inútilmente reclamada por Carlos V a Francisco I, hasta la definitiva renuncia del Emperador por el tratado de Cambrai (1529).
Carlos V nació en el castillo Prinsenhof de Gante, residencia de los condes de Flandes; hijo de Felipe el Hermoso (nacido en Brujas el 23 de junio de 1478), y de Juana, hija mayor de los Reyes Católicos, que contrajeron matrimonio en Lille en 1496. Su lengua materna fue el francés, aunque habló el español con fluidez, pero nunca consiguió aprender el alemán.
Se le bautizó con el nombre de Carlos en honor a su bisabuelo, Carlos el Temerario, y en su infancia y adolescencia fue educado en el culto de sus ancestros que soñaron con construir, entre Francia y los países germanos, una nación con cultura propia. A principios del XVI, solo quedaban del proyecto un conjunto de territorios, el condado de Flandes y el Franco Condado, aislados desde que en 1477 Luis XI se apoderó del ducado de Borgoña.
Carlos recibió también de su abuela paterna otro territorio, el Franco Condado, junto con sus dependencias, concretamente el condado de Charolais, un territorio hundido en el interior de Francia. A final, Carlos desligó al Franco Condado de sus vínculos con el círculo imperial de Borgoña y transfirió la soberanía del territorio a Felipe II, quedando incorporado de modo permanente a la Monarquía Hispánica.
Juana y Felipe tuvieron seis hijos: Leonor (1498-1558), nacida y criada en los Países Bajos hasta 1517, casada en 1519 con el rey Manuel de Portugal, y tras la muerte de éste con Francisco I, en 1530; Carlos I de España y V de Alemania; Fernando (1503-1564), nacido y educado en España; Isabel (1501-1525), casada con el rey Cristián de Dinamarca; María (1505-1558), casada en 1515 con Luis II, rey de Bohemia y de Hungría, que gobernó los Países Bajos en 1531; Catalina (1507-1578), recluida con su madre hasta 1525 y luego casada con el rey Juan III de Portugal.

foto de Garcilaso


biografia de Garcilaso

Pocos autores de nuestra literatura cautivan de tal manera con el atractivo de su personalidad y la fresca lozanía de su obra como Garcilaso de la Vega, cuya temprana muerte en campaña vino a coronar de aureola legendaria una peripecia vital inquieta en la que se entretejen el amor y la muerte, la guerra y la poesía, consagrando al poeta toledano como arquetipo del ideal caballeresco del Renacimiento. Todavía hoy, el dulce lamentar de sus endecasílabos consigue conmover a los lectores modernos con asombrosa perennidad, y su puro y suave estilo bañado de naturalidad, la índole amorosa y doliente de su poesía y el juvenil carisma de su figura convierten a Garcilaso en uno de los protagonistas más entrañables de nuestra historia literaria.


Viajero frecuente entre España e Italia, Garcilaso supone para nuestra poesía la asimilación plena de la modernidad, la incorporación a la lírica española de la brillantez y elegancia de las formas renacentistas italianas y un golpe de timón estético hacia nuevos horizontes de laica belleza. En una España aún sumida en fórmulas literarias medievales, incapaces de hacer despegar la poesía castellana de añejas tosquedades, de la vulgaridad del romance o del artificio de la lírica de cancionero, Garcilaso irrumpirá con sus limpios y elegantes endecasílabos, poniéndolos como ramos de aroma paganizante a los pies de un obsesivo dios: el amor. De Italia nos traerá, en bandeja repujada de mitología, toda la luz renacentista de Toscana, el candor bucólico de Virgilio y el amoroso apasionamiento de Petrarca. Con él nos llegará el bucolismo tibiamente sensual de Salicio y Nemoroso, y el Tajo, de río prosaico y cotidiano, apto sólo para el riego de acequias hortelanas, se nos convertirá por la magia de sus versos en escenario olímpico de ninfas y pastores. El paisaje de Toledo ya no será el mismo después que Garcilaso lo pinte con el ingenuo encanto de un Botticelli literario. Hermosas ninfas y lánguidos pastores enamorados poblarán a partir de él las riberas del abrupto Tajo, y de su seno, resplandecientes de pagana belleza, emergerán de cuando en cuando Nise, Filódoce, Dinámene y Climene, «peinando sus cabellos de oro fino» y erotizando «el agua clara con lascivo juego».
No es su mundo poético el oscuro y trágico de las hogueras inquisitoriales, ni el de la opresión e intolerancia que observa a su alrededor, sino un ámbito idealizado donde reina el sueño escapista de un poeta rodeado de una realidad en gran parte desabrida. Desde esa perspectiva, su llamativo silencio en temas religiosos puede que nos esté informando soterradamente de las inquietudes de quien sabemos que, en el preludio de la represión contrarreformista, gustó de rodearse en Italia de amigos erasmistas y luteranos.
Nacido en una familia aristocrática, Garcilaso parecía abocado a una vida triunfante en el seno de la corte refinada que correspondía a una época iluminada del esplendor renacentista; pero sobre las circunstancias de su existencia gravitará determinantemente la personalidad militarista y ambulante de un rey-emperador, Carlos V, que arrastrará su biografía a largas itinerancias y conducirá sus pasos por el derrotero de la violencia bélica, en cuya profesión acabará sacrificándose después de dejarnos el alegato patético de tantos versos condenatorios. Su periplo existencial, aunque breve, aún le bastó para saborear las mieles del prestigio intelectual y el aplauso de sus méritos caballerescos pero también para sufrir las hieles del destierro, de las luchas civiles, de los conflictos amorosos y del desgarro por la muerte de su primogénito. Hay en su vida, a pesar de los externos brillos, como una oscura fuerza que, gobernando su destino, lo llevase por sendas de fatalidad, en búsqueda permanente e inútil de «lo que nunca se halla ni se tiene»:
«Así paso la vida, acrecentandomateria de dolor a mis sentidos».
Pero si breve fue su vida y no siempre respondió a la felicidad que su alta posición social y cualidades personales auguraban, la posteridad, en cambio, ha sido extraordinariamente pródiga con el toledano. Pocos autores han gozado como él de tan unánime reconocimiento póstumo ya desde los tiempos inmediatos a su muerte y difícilmente hallaríamos un poeta de tan poderosa influencia a lo largo de los siglos y de las más diversas escuelas literarias. Garcilaso encarna el modelo cabal de gentilhombre renacentista, tan diestro en el manejo de la espada como en el pulsado del arpa y el laúd, poeta excepcional y militar valeroso que sobresalía por sus cualidades naturales y formación intelectual entre los caballeros de su entorno. Hombre nuevo de una época que reestrenaba los valores del gozo terrenal, los ideales de la belleza y el amor a la cultura. Desde los poetas del Siglo de Oro a Rafael Alberti o Miguel Hernández, las voces más escogidas de nuestra literatura han sumado sus acentos al gran monumento panegírico garcilasiano, contribuyendo entre todos a su exaltación como «príncipe de los poetas castellanos» y su configuración como paradigma del héroe-intelectual con algo de donjuán dolientemente lírico. «Tipo completo del siglo más brillante de nuestra historia», le definió Gustavo Adolfo Bécquer, en palabras que parecen pensadas para inscripción de pedestal.
Lamentablemente, quienes lo trataron sólo nos han dejado una descripción somera de su personalidad y ninguna de sus rasgos físicos. La aureola de Garcilaso empieza a configurarse durante los últimos años de su vida y se ve impulsada por la ola de conmiseración que su prematura muerte extendió entre quienes le conocieron. El poeta italiano Tansillo, que trató a Garcilaso en Nápoles y trabó con él lazos de amistad, lo cantó con un bello soneto que nos informa de que el concepto de Garcilaso como arquetipo de poeta-soldado tenía circulación ya entre sus contemporáneos:
«Spirito gentil, che con la cetra al collo,la spada al fianco ognor, la penna in mano»...
El propio Garcilaso es el primero en definirse atrapado en una dualidad aparentemente antitética –«diverso entre contrarios»– entre el oficio de las armas y su irrenunciable vocación literaria, desdoblamiento que dejará enunciado en numerosas ocasiones a lo largo de su obra y que cuaja con rotundidad lapidaria en aquel célebre verso: «tomando ora la espada, ora la pluma». Una dualidad, sin embargo, más contradictoria para la mentalidad de hoy que para la de entonces, que concebía las armas y las letras formando parte del conjunto de virtudes propias de todo cumplido caballero.
Para el benedictino Honorato Fascitelli d'Isernia fue Garcilaso «el español más distinguido, festejado y querido entre cuantos hasta entonces vivieron en Nápoles». Pedro Bembo, por su parte, dirá de Garcilaso: ...«aquel gentilhombre es también un hermoso y gentil poeta, todas sus cosas me han sumamente agradado y merecen singular recomendación y alabanza. Aquel delicado espíritu ha superado con mucho a todos los de su nación y puede suceder que, a no cansarse en el estudio y en la diligencia, supere también a los demás que se tienen por maestros de la poesía». Cosme Anisio, uno más de la extensa nómina de amigos napolitanos del poeta, dirige dos epigramas a Garcilaso donde señala que en el toledano se dan cita la sabiduría de Minerva, la gracia del ánimo y del cuerpo y la generosidad de hacer el bien. En la misma línea de elogios, el humanista Juan Ginés de Sepúlveda lo califica de «vir singulare virtute ac omni humanitate literarumque doctrina oraestans». El cronista burlesco Francesillo de Zúñiga, contemporáneo de Garcilaso, le retrata con dos desconcertantes adjetivos: «grave y melancólico», que lo mismo podría ser ironía del bufón, que busca la risa en el contraste con la realidad, que correspondencia cierta con el «dolorido sentir» que impregna la obra y no poco de la vida de Garcilaso. Otro cronista, Gonzalo Hernández de Oviedo, dice de él en sus Batallas y Quincuagenas: «...era gentil músico de arpa e buen caballero e le vi tañer algunas veces». Pero quien mejor podría habernos confiado la naturaleza profunda del poeta, su íntimo amigo Juan Boscán, se muestra lacónico en sus noticias e infelizmente difuso: «Garcilaso, tú que al bien siempre aspiraste»...
Tres décadas después de su muerte, Garcilaso era ascendido a los cielos de la caballería andante por el fantasioso y contumaz versificador Luis Zapata, que le pinta vencedor en dura liza contra trescientos forajidos cuando volvía de enmendar un entuerto en favor de cierta dueña. Pero el retrato que ha prevalecido y divulgado con más éxito la imagen de Garcilaso es el acuñado por alguien que, sin embargo, no lo conoció: su primer biógrafo, el poeta sevillano Fernando de Herrera. Nacido el mismo año de la muerte de Garcilaso, no alcanzó, en consecuencia, a conocerlo personalmente, por más que la descripción que realizara del poeta sugiera lo contrario. Trató, eso sí, a alguno de sus parientes, como don Antonio Portocarrero y de la Vega, sobrino y yerno de Garcilaso, el cual pudo proporcionarle los datos que servirían de base al retrato que Herrera nos ha transmitido y que ha constituido el molde para la más difundida estampa del poeta: «En el hábito del cuerpo tuvo justa proporción porque fue más grande que mediano, respondiendo los lineamientos y compostura a la grandeza; fue muy diestro en la música y en la vihuela y arpa con mucha ventaja, y ejercitadísimo en la disciplina militar, cuya natural inclinación lo arrojaba a los peligros porque el brío de su ansioso coraçón lo traía deseoso de la gloria que se alcanza en la milicia. Crióse en Toledo hasta que tuvo edad conveniente para servir al emperador y andar en su corte, donde por la noticia que tenía de las buenas letras y por la excelencia de su ingenio, nobleza y elegancia de sus versos y por el trato suyo con las damas, y por todas las demás cosas que pertenecen a un caballero para ser acabado cortesano, de que él estuvo tan rico que ninguna le faltó, tuvo en su tiempo mucha estimación entre las damas y galanes».
Tomás Tamayo de Vargas esbozará en 1622 un apunte biográfico con el que prosigue la escalada idealizadora del poeta-soldado: «...el más lucido en todos los géneros de ejercicios de la corte y uno de los caballeros más lúcidos de su tiempo; honrado del Emperador, estimado de sus iguales, favorecido de las damas, alabado de los extranjeros y de todos en general...». Es el cardenal Alvaro Cienfuegos, ya en el siglo XVIII, el que consolidará, con retórica de oropel barroco, la erección definitiva del mito: «De Toledo vino a la Corte del Grande Carlos Quinto, adonde se hizo expectable en los exercicios más espiritosos de cavallero, singularmente en manejar la espada y el cavallo. Era garboso y cortesano, con no sé que magestad embuelta en el agrado del rostro, que le hazía dueño de los corazones no mas que con saludarlos; y luego entraban su eloquencia y su trato a rendir lo que su afabilidad y su gentileza avían dexado por conquistar. Ningún hombre tuvo más prendas para arrastrar las almas, aviendo dispuesto la naturaleza un cuerpo galán y de proporcionada estatura para palacio de la magestad de aquella alma. Adorábale el pueblo, y sus iguales o no podían o no se atrevían a ser émulos porque el resplandor de sus prendas deslumbraba a la embidia, dexándola cobardes los ojos con la mucha luz, o del todo ciegos».
Amasada con generosos materiales, la figura del toledano ha sido ascendida a la peana de los mitos, pero el riesgo de éstos es quedar apresados en una efigie estereotipada, sujeto de luminotecnias monumentalistas que impiden apreciar, sin los necesarios claroscuros, su verdadera dimensión humana. Garcilaso de la Vega, antes que ese personaje consagrado por la posteridad, fue sobre todo un hombre con un destino incierto que construir día a día, zarandeado por las circunstancias de la época que le tocó vivir y sujeto de necesidades y pasiones de las que, a menudo, exceden la capacidad de autodominio. Un centenar de documentos, en su mayor parte de carácter notarial y burocrático, junto con varios millares de versos y algunas dispersas alusiones de cronistas, son los precarios elementos con los que desarrollar el argumento de toda una vida. Pero Garcilaso sigue siendo esencialmente un misterio cuyo ser profundo se nos ofrece, mejor que en parte alguna, en la emocionante confesión de sus versos. Es en su obra donde, por encima de los convencionalismos de género, alienta la huella más auténtica y palpitante que nos será posible conocer del poeta. Cualquier evocación biográfica resultará siempre pálida al lado de esos íntimos jirones que Garcilaso nos dio de sí mismo en la doliente y dulce vena de sus endecasílabos.

lunes, 17 de noviembre de 2008

imajen hermosa del campo del moro


el campo del moro

Campo del Moro (Madrid)
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Vista del Campo del Moro, desde su lado occidental. Al fondo, el Palacio Real de Madrid.

Vista en detalle del paseo principal, concebido como punto neurálgico en el diseño de 1844 de Nicolás Pascual y Colomer.

En la confluencia de las Praderas de las Vistas del Sol con el Paseo de Damas, se alza la Fuente de las Conchas.
El Campo del Moro es un jardín situado en la ciudad española de Madrid. Declarado de interés histórico-artístico en 1931, ocupa una superfice de unas veinte hectáreas, que se extienden, de este a oeste, desde la fachada occidental del Palacio Real hasta el Paseo de la Virgen del Puerto. De norte a sur sus límites quedan configurados por la Cuesta de San Vicente (lado septentrional) y la Cuesta de la Vega y el Parque de Atenas (lado meridional).
Los jardines salvan un pronunciado desnivel, provocado por el barranco existente entre el palacio y las riberas del río Manzanares. Fueron trazados en 1844 por el arquitecto Narciso Pascual y Colomer, quien ideó un conjunto formalista, si bien las obras de ajardinamiento no pudieron llevarse a cabo hasta finales del siglo XIX. Éstas corrieron a cargo de Ramón Oliva, que alteró el concepto original mediante un planteamiento romántico.
Es uno de los tres recintos ajardinados que adornan el entorno del Palacio Real, pero, a diferencia de los otros dos (los Jardines de Sabatini y la Plaza de Oriente), su gestión no corresponde al Ayuntamiento de Madrid, sino a Patrimonio Nacional, organismo del que dependen las posesiones que estuvieron en manos de la Corona Española.

Desconocido incluso para muchos madrileños, los jardines reales del Campo del Moro es un estupendo jardín situado bajo el Palacio Real, tras el gran desnivel que daba fortaleza defensiva a las antiguas murallas madrileñas. Es un luego donde tomarse un descanso y disfrutar de la naturaleza. Para hacernos una idea del origen de su curioso nombre hay que saber que las primeras murallas de Madrid estaban donde hoy está el Palacio Real. En donde hoy está este campo se asentaron las fuerzas almoravides que querían conquistar Madrid en el año 1100. De aquel campamento surgió el nombre actual de Campo del Moro.
No suele ser muy visitado porque aunque está junto al Palacio Real y pertenece al Madrid de lo Austrias sin embargo su acceso sólo se puede realizar por el Paseo Virgen del Puerto, metro Principe Pío. Por tanto queda algo retirado del típico paseo turístico.
Este parque fue adquirido por la Corona Española en tiempos de Felipe II y consiste en unas 20 hectareas de jardines. La entrada ofrece una vista agradable con dos fuentes, Fuente de las Conchas, diseñadas por Ventura Rodriguez.
Es posiblemente el jardín mejor cuidado de Madrid.
Horario: de 10.00 a 18.00 de Lunes a Sábado; abre una hora antes los domingos. Metro Principe Pío.

lunes, 10 de noviembre de 2008

mi san isidro el instituto de las oportunidades

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Fecha actualización:
23.05.07



















ituado en el corazón de la capital, cerca de su Plaza Mayor, el Instituto San Isidro tiene el privilegio de ser probablemente el centro educativo más antiguo de España, heredero de los Estudios de la Villa (1346), del Colegio Imperial (1603), y también de los Reales Estudios (1625), por nuestras aulas pasaron el Seminario de Nobles, la Academia de Matemáticas de Felipe II, la Facultad de Medicina, la Escuela de Arquitectura, la Facultad de Filosofía y Letras y la Facultad de Artes. Los mejores tratados de enseñanza de la España del pasado, fueron redactados por personas vinculadas a este centro.
Durante su fructífera vida ha sido testigo de la presencia de alumnos y profesores que, posteriormente, han pasado a formar parte de la historia de España: Lope de Vega, Calderón de la Barca, Francisco Quevedo, Nicolás Salmerón, los hermanos Machado, José Canalejas, Jacinto Benavente, Juan de la Cierva, Eduardo Dato, Pío Baroja, Vicente Aleixandre y Camilo José Cela, entre otros muchos y hasta nuestro rey, Juan Carlos I.
La historia del centro es bastante dilatada y llena de sucesos. Los principales hitos para conocerlo son los siguientes:
María de Austria y la Compañía de Jesús.
Los inicios: La fundación.
Carlos III y la caída en desgracia de los jesuitas.
Creación de los Institutos de Segunda Enseñanza -1845
La histórica biblioteca del Colegio Imperial

María de Austria y la Compañía de Jesús.
Antes de empezar hay que conocer más detalladamente a sus fundadores, sin los cuales no se podría explicar la Historia del Colegio: María de Austria y la Compañía de Jesús.
La protagonista clave en los inicios del Colegio Imperial, fue la Emperatriz María de Austria, primera hija del Emperador Carlos V. Nació en 1528 y el destino y la política de su padre, la llevó a casarse con Maximiliano II (1564-76), Emperador del Sacro Imperio Germánico.
La época que le tocó vivir fue la de las Guerras Religiosas en Centroeuropa debidas a la Reforma protestante. María de Austria, con un fuerte carácter religioso, se casó con Maximiliano cuyas tendencias protestantes y libertinaje era bien conocidos. Esto, marcó aún mas a María que se encerró en sus convicciones católicas con claras intenciones de querer contener las aspiraciones de su marido.
Los jesuitas, encargados por la Iglesia de Roma de la Contrarreforma, estaban lidiando su batalla religiosa, Es aquí donde María llega a conocerlos más profundamente y entabla un fuerte vínculo de amistad y admiración.
En 1576 muere Maximiliano y María vuelve a España. En Madrid se retira en el Convento de las Descalzas Reales. Se interesa por el colegio, recién fundado (1566), de los jesuitas, y, en 1583, sale de su retiro de las Descalzas para visitar el pequeño colegio que, originariamente, estaba en la zona de la actual calle Imperial. Ella está convencida de que la labor educativa de los jesuitas es el camino más efectivo para acabar con la Reforma protestante y el ambiente relajado que domina la época.
Esta idea, junto con el hecho de que el colegio estaba en precaria situación, hacen que a su muerte, en 1603, dejase en herencia prácticamente todas sus posesiones al colegio de los jesuitas de Madrid. Este fue el inicio del Colegio Imperial. En unos terrenos, antigua propiedad de la Emperatriz, de la calle Toledo se construye el nuevo edificio, que desde 1608 alberga al Instituto.
El otro protagonista que marcó un fuerte carácter en la historia del centro fue la Compañía de Jesús.
Tal como se ha dicho anteriormente, parte esencial de la actuación de la Reforma Católica corresponde a la Compañía de Jesús. El apostolado y la educación juegan en este caso un papel importantísimo. Sus colegios superiores fueron los primeros centros educativos en muchas tierras.
En contraposición de lo que venía siendo las ordenes religiosas hasta este momento, los jesuitas destacaron por romper con las normas tradicionales escolásticas y abrieron la puerta a la investigación científica y a la crítica constructiva en las demás ciencias, haciendo suyo el espíritu humanista del momento.
A partir de 1648 (Paz de Wesfalia), el carácter "belicoso" de la orden contra el protestantismo, desaparece. A Europa le llega la paz religiosa y la Compañía de Jesús y, en general, el movimiento de reforma católico decaen. Los jesuitas caen en el trabajo monótono y rutinario de la predicación y los colegios, aunque, hay que hacer la excepción de las misiones.
Durante este período, la orden va a adentrarse en polémicas doctrinales y litúrgicas que le van a crear bastantes enemigos. Ya en el s. XVIII se va a ir notando, cada vez más, un movimiento de oposición hacia la Compañía provocado por viejas polémicas y acusaciones de laxismo moral, insubordinación e intervencionismo en política, que hacen que sean expulsados de varios países y en 1767 de España. Es, a partir de estos hechos, cuando, sobre todo las Reyes borbónicos, luchan para que Roma suprima la orden, lo cual, llega en 1773. Sin embargo, Pío VII en 1814 decretaba su restablecimiento con carácter universal.
A pesar del rápido restablecimiento de la orden, los jesuitas perderán la hegemonía y la influencia que antes tenían. El antiguo Colegio Imperial de Madrid volverá a sus manos de forma intermitente hasta que en 1836 fueron expulsados definitivamente de él.

Los inicios: La fundación.

Una de las características del nacimiento de los nuevos Estados en los ss. XV y XVI es el centralismo administrativo. Esta característica, en España, se va reflejar en la decisión de Felipe II de trasladar la Corte a la Villa de Madrid y hacer de ella su capital permanente, Esto ocurría en 1561. Poco antes los jesuitas ya conocían tal medida gracias a la información "privilegiada" que les había pasado el Duque de Feria en Londres. Ante tal noticia, San Francisco Javier, general de la Orden en ese momento, cree interesante fundar un colegio en la futura capital del Reino. Estar cerca del Rey y de su Corte es siempre beneficioso y, además la nueva Corte no contaba con una infraestructura educativa propia del nivel que va adquirir. Así, en 1566, los jesuitas, fundan un pequeño colegio cerca de lo que después sería la Plaza Mayor de Madrid.
A pesar de los beneficios que esto traería para la Villa, el Ayuntamiento no estaba dispuesto a conceder el permiso necesario para abrir el centro. La razón es que Madrid ya contaba con los Estudios de la Villa, dependiente del concejo y fundado en 1346 y el colegio suponía una clara competencia para el Estudio de la Villa. Pero el poder de los jesuitas hace que el Ayuntamiento ceda y dé su consentimiento. Pocos años después, el propio Estudio de la Villa sería absorbido por el Colegio de los jesuitas. A principios del s. XVII, con la muerte de María de Austria en 1603, el Colegio crece en importancia gracias a su testamento a favor de los jesuitas del colegio. Sin embargo, no es hasta 1609 cuando el Colegio adquiere el titulo de "Imperial" y ello es debido a los litigios que se tienen con los sucesores de la emperatriz que exigen que, debido a esa herencia, debe proclamarse a María de Austria como benefactora y patrona del Colegio y que el mismo pase a ser denominado "Imperial".
El Colegio va adquiriendo fama e importancia de tal modo que la misma Corona quiere intervenir en este fenómeno para no desaprovechar este momento que les puede brindar prestigio y mayor respaldo popular, máximo si el artífice de esta intervención es, realmente, el Conde Duque de Olivares, personaje bastante impopular. El plan que tiene el Conde Duque es crear una Universidad en Madrid en el Colegio Imperial. La ciudad lo necesitaba.
Madrid, al recobrar el titulo de capital, había crecido en importancia y necesitaba tener unos estudios a nivel universitario para no depender de la vecina Alcalá o de la prestigiosa Salamanca.
Estamos en la época dorada de las antiguas universidades. Las ciudades que albergaban a estos centros se veían rápidamente enriquecidas en todos los sentidos gracias a los negocios que aparecían en torno a a la universidad. Los estudios universitarios, además, se habían "popularizado" y la nobleza había comprendido lo importante y prestigioso que era el tener en la familia a licenciados universitarios, por lo que mandaban, con todo orgullo, a sus hijos, a estos estudios superiores.
Por otro lado, casi todas las universidades estaban regidas por religiosos, los cuales, poseían el monopolio educativo, pero estas órdenes no veían bien el arrollador crecimiento de la Orden jesuita que se estaban introduciendo en el mundo docente.


Plano de Madrid de Texeira del 1656 donde se puede apreciar el Colegio Imperial
..
Por todo lo anterior, se produce una fuerte lucha, encabezada por las Universidades de Salamanca y Alcalá, en contra de la creación de una nueva universidad en Madrid, donde estaba la Corte, de la que procedían la mayoría de sus alumnos. Su lucha es tan dura que, al final, consiguen que Felipe IV funde unos Estudios Reales, en 1625, con carácter de superiores pero privándole el derecho de otorgar títulos oficiales y rebajando su dotación anual. Así muchos alumnos iniciaron sus estudios en el Colegio pero, después, se marcharían a las universidades de Alcalá o Salamanca para sus estudios superiores como es el caso, de Lope de Vega. Quevedo, ... etc.

En 1725, Felipe V, a imitación del Colegio de Luis el Grande en París, funda dentro del Colegio Imperial el Real Seminario de Nobles, en el que un número reducido de personajes podía desde aprender las primeras letras hasta iniciarse en las lenguas clásicas y modernas o en la religión, la filosofía, las leyes y las ciencias.
A modo de anécdota decir que un horrible hecho conmocionó a la capital en 1755, el terremoto de Lisboa también se dejo sentir en Madrid y los únicos daños que produjo fueron la muerte de dos niños de apenas 10 años de edad por la caída de una Cruz de piedra situada en el Colegio y otra de la fachada de la Iglesia del Buen Suceso.

Carlos III y la caída en desgracia de los jesuitas.
De todos es sabido que el s. XVIII es denominado el "Siglo de las Luces". El significado de esta expresión es claro: durante este período, la historia quiere desempolvarse del ostracismo de los tiempos pasados. Lo primordial va ser la claridad de la razón, la lucha contra todo oscurantismo y la defensa de la verdad científica frente al dominio religioso del conocimiento. Sin embargo, muchas veces, a lo largo de la historia, las situaciones de "limpieza" han servido, también, de excusa para que gentes o instituciones impongan sus modelos en beneficio propio. Es el Despotismo Ilustrado. Carlos III va a ser nuestro máximo exponente en este sentido. Nada más subir al trono (1759) va a iniciar una serie de reformas encaminadas a modernizar y dinamizar unas estructuras sociales, económicas y, por supuesto, culturales, que provenían del pasado y que estaban anquilosadas.
Sin embargo, el primer escollo con el que se encontrará será el mismo pueblo, el cual, es reacio a los cambios bruscos, ya que, su ritmo de cambio es más lento. Así en 1766, se produce el Motín de Esquilache bajo el pretexto de las nuevas medidas sobre la indumentaria, aunque, en el fondo, los verdaderos motivos fueron el rigor de ministros impopulares extranjeros y el odio, por parte de la nobleza, al Marqués de Esquilache.
La Iglesia va ser un objetivo claro y primordial en la mente de Carlos II. Sus viejas estructuras, sus tradiciones y privilegios adquiridos, son un obstáculo para su nuevo estilo de gobierno, donde la Iglesia debe subordinarse a la Monarquía.
La Compañía de Jesús era la orden más influyente y mejor organizada de España. Su claro predominio dentro de la Casa Real, su monopolio educativo, su ferviente antiregalismo, le procuraron numerosos enemigos entre los personajes ilustrados y, por supuesto, el mismo Rey. Por esto, utilizando como excusa el recién Motín de Esquilache en el que se involucra a los jesuitas y siguiendo, también, la corriente antijesuítica que recorre las Corte ilustradas europeas, los expulsa de España en 1767. Este hecho es uno más en el proceso de fortalecimiento de la Monarquía frente a la dispersión del poder protagonizada por nobles y eclesiatiscos. Este hecho, también, va a suponer que la Corona pueda monopolizar uno de los instrumentos más importantes para poder introducir reformas sin grandes traumas: la educación.
La enseñanza en España había llegado al S. XVIII en un estado penoso, con métodos y materias anticuadas, casi medievales. La reformas de Carlos III también la va a afectar. Tras la expulsión de los jesuitas, el Colegio Imperial desaparece y en 1770 se restituyen y amplían los Estudios Reales creados en 1625 por Felipe IV. Ahora, pasaran a llamarse Reales Estudios Superiores de Madrid. Se trata de un centro educativo laico, dirigido por laicos (Manuel de Villafañe fue su primer director), con un claustro de profesores elegidos por oposición ( a ellas se presentaron, entre otros, Jovellanos y Fernández de Moratin sin lograr plaza), con la implantación de libros de texto, con una renovación de materia y con un control directo del estado.
Sin embargo los Reales Estudios tenían un lastre que le impedía un mayor desarrollo: sus estudios superiores no estaban reconocidos oficialmente por las antiguas pugnas universitarias contra el Colegio Imperial. Pero, las universidades en este periodo están pasando por unas de sus peores etapas debido a que se han quedado viejas y anticuadas y su influencia es, cada vez, menor. De esta forma, le va a ser fácil a Floridablanca, en 1787, implantar el reconocimiento académico a los estudios superiores de los Reales Estudios llegando, así, a unos niveles universitarios.
Con el tiempo, a los Reales Estudios se le añadiría el apelativo de "San Isidro" (concretamente, la primera mención aparece en 1788). Pero este añadido no es oficial sino que, popularmente, se le empieza a denominar así y ello es debido a que Carlos III, en el intento de borrar toda presencia de los jesuitas, traslada los restos de San Isidro, que estaban en la Parroquia de San Andrés, a la antigua iglesia del Colegio Imperial que, a partir de ahora, se llamará Real Colegiata de San Isidro.

La definitiva expulsión de los jesuitas se produce en 1836, poco antes se produce un hecho que prácticamente da por cerrada su presencia en el centro. En el verano de 1834 el cólera se extiende por media España. En Madrid se corre la voz que han sido los frailes los que han envenenado las fuentes y propagado la epidemia. El pueblo irritado por los numerosos problemas a los que hacen frente, asalta conventos y asesina frailes. Así el 17 de julio de 1834 el colegio de los jesuitas fue teatro de una horrible matanza de frailes a manos del populacho enloquecido; hasta dieciséis jesuitas, entre ellos el P. Artigas, insigne arabista, fueron asesinados a tiros o sablazos y sus cuerpos mutilados con refinamientos de exquisita crueldad. quien quiera conocer tan luctuosos acontecimientos puede consultar el tomo VII de la Historia de los heterodoxos españoles de D. Marcelino Menéndez Pelayo o los Episodios Nacionales "Un faccioso más y algunos frailes menos" de D. Pío Benito Pérez Galdós.

Creación de los Institutos de Segunda Enseñanza -1845
Realmente, la fecha de 1845 supuso una normalización para la situación tan caótica que vivía los Reales Estudios desde el final de la Guerra de la Independencia. Para describir, detalladamente, tal situación, deberíamos de hacer un capitulo aparte, pero trataremos de describirlo sin necesidad de un nuevo capitulo.
La confusión en el país estalla terminada la Guerra de la Independencia, cuando los españoles, liberales y progresistas, deseosos de la implantación de una Monarquía Constitucional, se encuentran, se encuentran con la vuelta de un rey, deseado en un principio, cuya única aspiración es volver a implantar la tiranía el antiguo régimen, ya superado, gracias a la Revolución francesa, en casi toda Europa.
La restauración triunfa y con ella todo lo que era propio de una época pasada, oscurantista y retrógrada. Los primeros en aprobar esta vuelta es la Iglesia y, como era de esperar, vuelven los jesuitas de su destierro y, así , en 1816, se hacen a cargo, de nuevo del Colegio.
Sin embargo , cada vez más, la situación se complica. El triunfo de los liberales en 1820 gracias al Levantamiento de Riego hace declinar al rey a una situación más liberal y progresista y los jesuitas vuelven a ser expulsados del Colegio en cual se cierra y se instala la Universidad Central. Pero en 1823, tras la entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis, se inicia el segundo periodo absolutista y con ellos vuelven los jesuitas, otra vez, al Colegio y cerrándose la Universidad Central. Durante este periodo, los jesuitas, viéndose protegidos por el rey, van a ignorar, por completo, las directrices gubernativas sobre educación, manteniendo sus propios métodos y organización.
A la muerte de Fernando VII, su esposa, María Cristina, va a asumir la Regencia hasta la mayoría de edad de Isabel II. Este periodo va a ser de una gran inestabilidad producida por el inicio de las Guerras Carlistas, por el cariz conservador del gobierno que pone nerviosos a los progresistas, por las constantes conspiraciones, etc. . El asalto a los conventos y al colegio Imperial puede, casi, considerarse como el final de la presencia de los jesuitas en el Colegio, ya que, poco después, en 1836, con los decretos de Olozaga y Mendizabal, serían expulsados, por cuarta vez, de forma definitiva, pasando, de nuevo, el Colegio Imperial a ser de los Reales Estudios. En esta situación tan caótica e indecisa llegamos a 1845. Isabel II está en el trono y su reinado está dominado por las tendencias moderadas. Una de sus mayores preocupaciones es ir haciendo de España un país estable y bien organizado. La educación , tan desatendida anteriormente, va estar, a partir de ahora, entre los principales puntos de acción en los partidos políticos.
Pedro José Pidal, político moderado, fue nombrado Ministro de Fomento en el gobierno de Narvaez de 1845. Bajo su ministerio, Pidal presento la que podría ser considerada primera gran ley española sobre la educación. En ella se regula el funcionamiento y las nuevas directrices de las universidades, la normalización de los centros de segunda enseñanza, la enseñanza privada.. etc. Para los Reales Estudios, esta ley, le va a afectar por doble partida.
Primeramente, esta ley, va a cerrar una serie de universidades cuya existencia y servicio eran, prácticamente, nulos. Es el caso de la universidad de Alcalá de Henares, la cual, había entrado en una fase de total decadencia. Además esta ley preveía la creación de la Universidad Central de Madrid por lo que, una segunda universidad tan cercana a la capital, se veía como un gasto innecesario y poco rentable. Así, se crea la Universidad Central pero antes de que esta poseyera una infraestructura docente propia, por lo que se va a utilizar una serie de edificios en Madrid para albergarla. Unos de ellos será parte de los Reales Estudios en el cual se instala la Facultad de Filosofía y Letras. Posteriormente, también, se instalaría la Escuela de Arquitectura, la de Artes y Oficios (que aún se mantiene aunque independiente del resto de edificios.), y la de Diplomática. A esta nueva universidad no solo aportaron los Reales Estudios parte de su edificio, sino, también, parte de su profesorado, su gran biblioteca, los laboratorios.. etc., La actual universidad Complutense de Madrid (antigua Universidad Central) ha heredado gran parte de los fondos del Colegio Imperial.
En segundo lugar, como consecuencia de la nueva ley de Pidal se constituirá el Instituto de Segunda Enseñanza "San Isidro" que, junto al Cardenal Cisneros, fueron los dos primeros institutos de Madrid. La Ley Pidal contemplaba una organización de estudios de enseñanza media muy complejo de tal modo que los estudios medios estaban ligados a los superiores formando lo que llamaba una Facultad.
A partir de ahora, el Instituto de San Isidro perderá toda autonomía rigiéndose siempre por las normativas, a veces caprichosas, de los gobiernos que se sucedían, Pero esta pérdida de personalidad propia no supuso una decadencia sino todo lo contrario ya que aumento el prestigio del Instituto debido a su pasado y a su prometedor presente. Con una enseñanza oficialmente reglada y con un buen claustro de profesores la fama del Instituto iba creciendo de tal forma que casi podríamos decir que los cien años siguientes de su historia fueron su época más "dorada".
De todas formas los alumnos del instituto siempre ayudaron a crear un ambiente castizo y bullicioso en el centro de Madrid. Ya en el año 1858 crearon problemas de orden público, llegando unos improvisados artilleros durante el carnaval a disparar un cañoncito a las puertas mismas del edificio, lo que dio lugar a que el director del centro tuviera que elevar un informe al rector de la Universidad Central. Este hecho se vio recogido en una coplilla de la época que decía así: " En la calle de Toledo hay un colegio famoso, donde van todos los chicos a aprender a hacer el oso".
Tomado del libro "Una breve historia del Instituto San isidro" de Justo Corbacho y de artículos de D. Enrique Avilés

La histórica biblioteca del Colegio Imperial
El Colegio Imperial de los Jesuitas formó la más importante biblioteca que ha habido en Madrid hasta el siglo XVIII, constituida por materiales de estudio, legados de diversos benefactores, y documentos varios de Jesuitas allí reunidos. Buena parte de esta biblioteca se encuentra hoy dividida entre la Universidad Complutense y la Real Academia de la Historia, quedando un resto testimonial en el Instituto de San Isidro.
El Colegio Imperial fue el auténtico centro de desarrollo científico español desde su fundación a mitad del siglo XVI hasta bien entrado el siglo XIX. La dotación de las cátedras a cargo de prestigiosos matemáticos, en ocasiones traídos de fuera de España, contribuyó, sin duda alguna, a desarrollar el protagonismo de la ciencia matemática como elemento clave para el avance de otras ciencias auxiliares de gran importancia para el progreso de la época. Pero además de la labor docente y científica de los profesores, que queda reflejada en todas sus publicaciones, hubo una preocupación expresa por dotar a la biblioteca de esta institución de los libros de texto que en esos momentos eran clave en la evolución del pensamiento científico europeo y de los que no se disponía en España.
Sin duda con motivo de la inauguración de los Reales Estudios en 1629 leyó Lope de Vega su Isagoge a los Reales Estudios de la Compañía de Jesús, poema en que canta las diversas lecciones del acto inaugural: "Pero apenas cesó, cuando dijeron / cuantos su voz oyeron / que Eusebio Nerembergio la dictaba, / o que el mismo Aristóteles hablaba, / por quien en conducir los animales / gastó Alejandro de talentos de oro / una infinita suma / haciendo estimación de libros tales, / como de más espléndido tesoro". En efecto, aquí podemos ver el folleto que recoge impresa la Prolusión a la doctrina y historia natural que Nieremberg leyó en la inauguración de los Estudios Reales en 1629. Famosas fueron también las festividades organizadas por los alumnos con motivo de diversas celebraciones religiosas y civiles, como las beatificaciones de San Ignacio, San Francisco Javier y San Luis Gonzaga, y la canonización de San Francisco de Borja en 1672, en la que quizá se representó la comedia de Calderón de El gran Duque de Gandía. Para celebrar la boda de Carlos II con María Luisa de Borbón, en 1681, los estudiantes escenificaron la zarzuela alegórica titulada Vencer a Marte sin Marte.
La academia de matemáticas poseía una gran biblioteca, además de “globos, espheras, cuerpos regulares y otros instrumentos matemáticos y geométricos.” Al disolverse la Academia en 1625 parte de estos materiales pasaron a los Reales Estudios de San Isidro, donde posiblemente ingresaron también los libros de su biblioteca. La importancia de las enseñanzas impartidas queda reflejada, no solo en lo que refiere a obras de los propios jesuitas sino, fundamentalmente, en cuanto a la adquisición de manuales y textos de estudio impresos fuera de España, pero considerados fundamentales para el estudio de las ciencias, muy especialmente la colección de libros de contenido matemático y que destacaba por su rareza. Gracias al colegio imperial se han conservado ejemplares únicos en España de autores como Juan Bautista Vimercato, Nicolás Freret, M. Newton, Johannes Kepler, Galileo o Isaac Newton entre otros..
Durante la guerra civil, al trasladarse poco antes los fondos bibliográficos a la nueva Facultad de Letras de la Ciudad Universitaria, donde se luchó durante la batalla de Madrid, se perdieron valiosos ejemplares ya que estos libros sirvieron como trincheras protegiendo a los combatientes. Fue el último servicio de éstos a la humanidad.
La biblioteca actual proyectada por Ventura de la Vega todavía cuenta con libros interesantes en su fondo antiguo que se encuentra en la planta superior y se ha remozado añadiendo nuevas tecnologías.

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